Por las salas
semiverdes
de la National Gallery
los turistas
van perdidos
como armarios sin cajones
estampados, los salones
allá el Veronese y los colores
del decorado de Venecia
Cranach
las abejas contra el Cupido
marcos en hilera
la noche los dejará solos
mientras
los visitantes
hablan bajito
para no asustar
a todas las Venus desnudas
Way Out
la salida para el otro lado
y me quedo estático
sumido
en mi propia impericia
la luz que entra
por la claraboya
victoriana
la foto está prohibida
los grupos con guía
guardia: la mirada
reproducción
que a nadie le interesa
sobre las paredes
escaleras
a ninguna parte
y las viejitas que se encuentran
para tomar
el té con crema
aquí
el tiempo
se ha detenido
las salas van quedando vacías
hora de cierre
estilo
naturaleza muerta
el museo
visita
como espacio
inverso
este abandonarse
para adentro
the way is out
Cuando tenía ocho años, mi tía me regaló un bulbo de tulipán que había traído de un viaje a Bariloche. Era verano en mi casa suburbana de Buenos Aires. Antes de plantarlo, debía guardarlo en una bolsa bien sellada, oscura, y dejarlo en la heladera por varias semanas. “Para imitar el invierno de donde vienen”– me dijo. El bulbo me pareció enorme, jaspeado, imponente, quería verlo de inmediato como planta: en flor. Lo guardé en el rincón más alejado de la heladera, lejos de las manos de otros. Y esperé impaciente. En una pequeña maceta que encontré en el jardín preparé despacio la tierra negra, le agregué arena. El bulbo dormía aún su sueño de invierno. Cuando llegó el momento de sacarlo de su bolsa, lo planté sin demora. Cada día, después de volver del colegio, buscaba varios cubos de hielo de la nevera y los trituraba sobre la maceta. “Para replicar el invierno”– me decía. Y el bulbo comenzó a mostrar lento su primera hoja envuelta, semi dormida. Y de las hojas verdísimas y espigadas salió un tallo muy fino. Una mañana antes de ir a la escuela vi por primera vez la flor abierta: Naranja y amarilla. Mi mamá me sacó una foto parado bajo el sol, abrazando la maceta con el tulipán patagónico. Sonreía. La foto la he perdido, pero el momento lo recuerdo aún hoy intacto. En Inglaterra sigo plantando tulipanes, en un intento irremediablemente fútil para repetir aquel momento iniciático.
por el camino de Fowlmead/ los cardales hecho añicos/ Alexanders comestibles/ setos esqueletos/ ni los autos escuchamos/ la luz que se comió la tarde/ las abejas al igual que las hormigas/ van los golfistas/ por el sendero/ que dejó el río Stour/ y de tanto esperar/ como invitados/ la floración del espino blanco/ adelantaron los relojes/ para el verano empantanado/ los aviones por alondras/ sin canto/ paisaje asonancia/ Redhouse Wall/ y el requiem de ese día que tanto imaginamos
Por la ventana entrabierta miraba la plaza a media sombra. Las fachadas de los terrace todas iguales, la mitad con el sol de abril que pegaba de tangente. Había unos nenes azorados jugando en las hamacas. Todo era orden. Dos mujeres sentadas en un banco, los perros bajo el roble de la iglesia protestante. Las mucamas salían en busca de la boca del Tube que las llevara a Elephant & Castle o al London Bridge. Volvió a mirar por la ventana. La sombra del sol se había movido, impercertible. Unas abejas, que no había notado segundos antes, rozaron la única planta de camelias rojo eléctrico en el balcón hacinado. Las observó minuciosamente. Las patas gastadas de polen. El ruido de los cuervos en las antenas satelitales allá fuera. ¿A quién le hablaban? La plaza le pareció más vacía que nunca. Ni autos había en Myddelton Square. Sonó el reloj a campanadas de la iglesia y todo se nubló, así tan de repente. Las abejas desaparecieron como por arte de magia. Se acomodó de costado en la celosía negra, aspiró lento el humo del cigarrillo hasta que el viento lo devolvió a ese presente. ¿El presente? Sonaba la radio, concierto a media tarde y la hora marcaba el revés desde adentro. Al salir, horas más tarde, cerró preciso con doble vuelta de llave, como si lo hubiera olvidado todo. Y la ventana que seguía como entreabierta en lo alto de la casa, frente a toda esa plaza en orden. Los pájaros, habían dejado de aullar.
esta mañana
la playa
se nos vino
encima
la mujer se vistió de mar
todo espanto
los perros llevaban a sus dueños
el viento estático
como transparente
y nosotros
que mirábamos
tan dormidos
desde el horizonte/ la tierra que nos trajo/ pensar para arriba/abrieron los jacintos/ penacho/ a pesar/ del viento/ vivimos en esta isla/ de senderos luminosos/ y rascacielos verbena bonariensis/ la tranquilidad de la tarde/ el mar apagó el ruido/ de estas manos/ allá partían los fantasmas/ hacia la casa Jardín Botánico/ suburbio/ compás de té de hinojo/ escalera farolera/ caminito de piedritas/yuyo/ Y si callamos para adentro/ es porque esperamos/ la noche llega/ en este mundo de nosotros
el viento que trae/ desde el Atlántico/ zapatos desatados/ de ballenas escalera/ Primavera/ en la voz/ del presentador al por menor/ los libros como piedras/ estalactitas/ hablamos de poesía/ y me salen de la boca/ pescados/ llaves esculpidas/ corbatas como orfebrería del Tigre/ guantes de perlas/ cosas inhumanas/ tratados de repetición/ sin frases acordadas/ pero allí mismo/ nos dimos cuenta/ y no hizo caso/ los escarabajos/ los murciélagos/ las libélulas crispadas/ descubrieron lo peor: se les hizo de repente/ el sueño/ en mi boca/ que los creaba